sábado, 21 de julio de 2012

Looking for Paradise


El vuelo IB2025, procedente de Delhi, acaba de efectuar su llegada en la pista siete, anunciaba el altavoz del aeropuerto. Hoy 22 de diciembre, volveria a encontrarme con Juan. Hace más de un año que se fue a la India como cooperante de “Ayuda en Acción”. Sólo estará un par de horas mientras enlaza con el siguiente avión que lo llevará a Málaga, donde le espera su familia.
La terminal era un hormiguero. Los viajeros llegaban sonrientes, buscando entre tanta gente un rostro familiar. Besos, abrazos, lágrimas..., una mezcla de emociones que solo tiene un nombre: felicidad.
A lo lejos lo ví llegar, entre multitud de cabezas, y mi corazón volvió a latir con la intensidad de antes; llevaba barba de tres días, unos pantalones cargo azules, camisa a cuadros y sahariana.  Al hombro llevaba la mochila que le regalé cuando se fue: una de esas que se abren por todos lados y la ropa se mantiene mas o menos organizada.
Empecé a hacerle señas, intentando acercarme a empujones entre la gente que se apilaba en la barandilla cercana a la puerta. Por fin me encuentra; en su cara se dibuja una sonrisa.
— ¿Cómo está mi cooperante preferido?
—Hola mi niña, ¡cuantas ganas tenía de verte! —me dice mientras nos damos un fuerte abrazo.
— ¿Traes más equipaje?
—No, no... Gracias a tu mochila, siempre viajo con todo encima—contesta guiñando un ojo y volviéndome a abrazar. —Vamos a la cafetería del aeropuerto, todavía faltan tres horas para mi siguiente vuelo.
—Bueno..., supongo que tendrás que contarme muchas cosas. Por lo que sé de tus emails, no   has parado en estos meses.
—Rosa te encantaría la vida que llevo, ¿cuando te vas a decidir a dejar todo esto y hacer lo que realmente quieres?
—No es tan fácil Juan...
—Bueno,... va...Ve tú pidiendo mientras busco el aseo para adecentarme un poco. Vengo hecho polvo de tanto transbordo. Sandwich mixto y coca cola, please...
Mientras se alejaba buscando el baño, me puse a recordar...
Todo empezó hace dos años, cuando estábamos planeando las vacaciones de verano. La opción era ir el grupo de amigos a Santo Domingo. El año anterior habíamos estado en un crucero por las islas griegas. Nosotros propusimos viajar a la India; acabábamos de leer “La ciudad de la Alegría”, y tanto a Juan como a mí nos atraía mucho conocerla. Isa se negó en rotundo, decía que ella era muy sensible y no estaba preparada para ver tanta pobreza. A Pepe tampoco le hacia mucha gracia, porque para él unas vacaciones no eran precisamente eso. Luis estaba indeciso; por un lado, le apetecía conocerla; por otro, haría lo que Isa decidiera, estaba coladito por ella, así que optó por no opinar. Al final nosotros decidimos ir a la India y el resto se irían a Santo Domingo.
Tras muchas horas de vuelo y un par de transbordos, llegamos al aeropuerto de Delhi. La salida estaba abarrotada de gente, sobretodo taxistas y guías de agencias de viajes, esperando a los turistas. Allí estaba Dilip, nuestro guía, un joven de la casta de los rasput , los guerreros del Rajasthan, con un pendiente  en la oreja izquierda y su amostachado bigote, característicos de su casta. Nada más salir , nos abofeteó  ese olor tan peculiar..., ese calor pegajoso que te empapa, ese ruido de bocinas, esa explosión de color y el continuo movimiento de multitudes: toda una agresión a los sentidos.
Con él,  pateamos las calles de muchos lugares de la india. Al principio me sentí abrumada, toda la vida se hace en la calle: igual paseas por una hilera de puestos de frutas con una nube negra de moscas encima, que ves a gente durmiendo en la calle, que te pasa por al lado un muerto llevado a hombros sobre unas andas, o tienes a un leproso en silla de ruedas  que no se separa de ti. Pero poco a poco me fui dando cuenta de que es como una ola: si te resistes, te derriba; si te zambulles en ella, llegas nadando al otro lado. Y así empezamos a disfrutar del país.
Lugares de ensueño, todo luz, todo color, todo olor..., los hindúes me enseñaron a ver la vida como un privilegio y no como un derecho. Y lo más importante es que estaba viviendo todo eso con Juan. Hace muchos años que traspasé la delgada linea que separa la amistad del amor, aunque él no se hubiera dado cuenta.
La última escala del viaje fue Calcuta. El Hogar de La Madre Teresa. Visitamos solo el edificio donde estaban los niños. Empezamos por arriba, donde estaban los discapacitados. Tras la puerta se encontraba una sala muy grande, con unas veinte cunas. A la derecha había un cartel: niños 24.bAlgunos estaban en las cunas y otros se arrastraban por el suelo. Nada mas entrar, nos dijeron que no los cogiéramos, porque la visita era corta, y luego se quedaban llorando.
Al momento estaban todos a nuestro alrededor, alargándo los brazos y tirandonos de los pantalones. Nos miramos,  sin decir palabra alguna y con los ojos vidriosos,  Juan se agachó y cogió a una niña que chillaba como una rata para llamar su atención. Yo me agaché y empecé a jugar con ellos, intentando en un principio mantener las distancias como nos habían recomendado. Nada mas hacerlo, todos se colgaron a mí. Se me partió el alma. Estuvimos allí mas de dos horas. Pramila, que así se llamaba la niña que Juan tenía en brazos, estuvo todo el tiempo aferrada a él. No permitía que la dejara en el suelo.
Llegó la hora de continuar la visita. Todos empezaron a llorar. Nosotros también.  Ahora nos tocaba ver la sala donde estaban los niños sanos, los que sí tendrían una oportunidad de ser adoptados. Las edades oscilaban desde meses a unos cinco años. Aunque también estuvimos jugando con ellos, les prestamos menos atención que a los otros. En la entrada había otro cartel como el de arriba: Niños: 23. Adoptados en el último mes: 10.
Al salir de allí, volvimos al hotel. Estábamos completamente hundidos. Antes de subir a la habitación nos tomamos unas cervezas en el bar y allí nos encontramos con una pareja de españoles y una niña hindú de unos tres años. La habían recogido esa misma mañana del centro.
Un mes después de volver del viaje, fue el  cumpleaños de Juan. Ese día nos invitó a todos a cenar al Teatriz, y a los postres, se levantó y nos anunció que tenia algo importante que decirnos. Todos nos quedamos boquiabiertos con la noticia: se iba a la India como cooperante de una ONG.
Empezamos a darle la enhorabuena, aunque la mayoría no se lo creía; mi corazón se partió en mil pedazos, y recuerdo que le dije con los ojos vidriosos: “si en ello va tu felicidad, adelante Juanito”.
Muchos intentaron aconsejarle para que no dejara su trabajo, y si quería ayudar a los demás, que aprovechara las vacaciones, pero que no renunciara a la vida acomodada que había logrado tener. Recuerdo tantas y tantas charlas, en su casa delante de la chimenea, contándome sus planes, sus ilusiones ante su nueva vida. Creo que solo yo le achuchaba para que siguiera con sus planes, aunque ellos lo alejaran más de mí; el resto de amigos llegó a la conclusión de que “se le había ido la olla”.
Lo primero que hizo fue dejar el trabajo, aunque siguiendo los consejos de los demás, se decidió por pedir una excedencia como director de la sucursal del Barklays Bank . Después vendió el coche, un BMW negro. Decía que ya no lo iba a necesitar más. También estuvo a punto de vender su casa, pero esta vez  se dejó aconsejar y terminó por alquilarla. Cambió todos sus trajes de Armani, sus camisas Polo, sus cinturones de Dolce & Gabanna, por unos cuantos pantalones cargo, camisas a cuadros, chalecos y saharianas.
Se puso las vacunas necesarias y sacó un billete de avión abierto con destino a Delhi, allí lo esperarían para llevarlo a su destino final. Ya no había marcha atrás.
—Ya estoy aquí—dijo mientras volvía a sentarse y me sacaba de mis recuerdos.
—Bueno, creo que ya es hora de que me cuentes en que consiste tu trabajo allí, ¿no crees? –le pregunté mientras devoraba su sándwich mixto.
—Desde hace cuatro meses estoy  en el distrito de Khurda, en el estado de Orissa, al nordeste de la India. La mayoria son intocables, por lo que hay mucha marginacion social y educativa. Trabajamos con los discapacitados, ayudandoles a integrarse a la comunidad, y especialmente con niños. Hemos hecho una escuela adaptada para ellos y pasamos a recogerlos con una camioneta preparada que tiene la ONG. ¡Tendrías que ver las caras de felicidad con las que llegan a la escuela! Sólo por eso vale la pena tanto esfuerzo, te lo aseguro.
También estamos construyendo pozos de agua y desinfectandolos periodicamente para prevenir el riesgo de contagio de muchas enfermedades. Hemos conseguido en este año bajar el indice de mortalidad infantil en la zona.
Aunque el mayor de nuestros problemas es la discriminación que sufren por el resto de la población. La discapacidad es entendida desde la superstición como resultado de una vida anterior pecaminosa, pero parece que poco a poco...
—Como presentación general me has informado. Ahora cuéntame tu día a día...
— Me levanto a las seis de la mañana, y con la camioneta recogemos a los niños para llevarlos a la nueva escuela. La mañana la paso allí, enseñando. A mediodía nos reunimos los cooperantes para ir conociendo los problemas que se nos van presentando y buscarles soluciones. Después hacemos la ruta de los pozos para ir supervisando que estén bien. A eso de las diez de la noche ya estoy para acostarme. Aunque muy cansado, plenamente satisfecho. La semana antes de venirme, organizamos  una gymkhana en el pueblo, con mas de doscientos cincuenta niños. De ellos cincuenta eran discapacitados. Fue todo un éxito de integración. Hicimos equipos mezclados, y fue gratificante ver como se iban ayudando unos a otros para conseguir ganar las pruebas.
—En una de tus emails me hablabas de Pramila, la niña del Hogar de la Madre Teresa...
—Sabes Rosa, estoy haciendo gestiones para adoptarla. Al principio no me atreví a mover muchos papeles, porque no estaba muy seguro si podría aguantar el ritmo de mi nueva vida. Pero hoy, después de doce meses, tengo muy claro que estoy a gusto con mi vida allí y quiero compartirla con ella. He mantenido contacto con el Hogar, y quiero tenerla a mi  lado; me dicen que es una niña muy lista, pese a sus grandes limitaciones y creo que soy su oportunidad de una vida mejor. Así que en un par de meses estará conmigo.
En ese momento por los altavoces llamaban a los pasajeros del vuelo SP227 con destino a Málaga para que embarcaran por la puerta catorce.
—¡Se ha pasado el tiempo volando! Debes de embarcar ya. Bueno, espero saber de ti pronto — le dije mientras nos poníamos en camino.
—Rosita, te prometo que te tendré al corriente de mis movimientos. Y espero que tu momento llegue pronto y te vengas conmigo y con Pramila...
Nos despedimos con un fuerte abrazo, y le vi marchar.
Juan, mi compañero de aventuras, mi amigo, mi amor; tú has sido capaz de realizar nuestro sueño. ¿Cuando llegará mi momento? Hasta pronto Juan,  grité mientras le veía desaparecer por la puerta catorce diciéndome adiós con la mano, y susurré: “Nos veremos en la India”.

lunes, 30 de enero de 2012

Recordando


Está guapa mi madre, ha desaparecido de su mirada el dolor, lo sustituye la ausencia; su sonrisa me recuerda a la mía cuando era pequeña. No olvidaré la tarde en que nos llamó a mi hermana y a mí para darnos “algunas indicaciones”:
–Lola, no quiero parecer un payaso con la cabeza perdida, no dejes que Teresa o tu padre se ocupen de mi aspecto, cuando necesite ir a la peluquería o comprarme ropa te encargas tú.
Asentí con la cabeza, las palabras se quedaban mudas en mi garganta.
–A ti, Teresa, te agradecería que me contases las novedades, tienes un talento especial para ello, siempre le sacas la parte divertida a las cosas.
–Vuestro padre tampoco se libra, a él le corresponde leerme todo lo que haya olvidado y tengamos guardado en la caja, se empeñó en ir haciendo notas con todo lo que podía interesarme, apenas sé lo que hice ayer, pero si hubo algo importante él lo anotó, le sirve de terapia y lo calma.
Han transcurrido dos años desde ese día, mi madre cumplió ayer cincuenta años y está en la fase media del Alzheimer. Teresa suple su incapacidad para completar frases, la acompaña en su deambular por las habitaciones, contándole todos los chismorreos familiares, y la sostiene cuando pierde el equilibrio. Yo procuro ayudarla a decidir entre las pequeñas cosas que aún controla, le coloco la ropa para el día siguiente en la silla y espanto los fantasmas que la rodean.
Mi padre sigue tomando notas; todas las tardes se sienta a su lado, abre la caja y le cuenta lo que ya ha olvidado.

sábado, 6 de agosto de 2011

El Destino

La vidente, señalando las cartas, me dijo que en unos meses, mi vida cambiaría de forma radical; pero no me dijo en qué consistiría ese cambio El tiempo pasaba, y viendo que todo seguía igual, me divorcié de mi marido, aunque en realidad lo quería; cambié de ciudad, aunque mi ciudad me gustaba y me busqué un trabajo distinto al que tenía, aunque la verdad es que disfrutaba en él. Ahora, cuando veo mi vida tan cambiada, echo de menos a mi marido, a mi ciudad y a mi trabajo, pero qué le voy a hacer, si ese era mi destino.

Abandono

Luis mira el reloj y se da cuenta de que son más de las diez; paga y sale con prisas del bar, seguro que Sonia tendrá la cena preparada y cara de pocos amigos. Al entrar a casa, lo primero que le llama la atención es que está a oscuras; se va derecho a la cocina y lo único que encuentra es una cazuela tapada con pollo al ajillo en la vitro. Llama a su mujer, pero no responde nadie. Mira en el perchero y no está su bolso. De repente, un escalofrío le recorre el cuerpo. Sentado en la cocina recuerda la pelea de anoche. Su mujer le recriminó el pararse a tomar unas cervezas con los amigos antes de volver a casa, y le dijo que estaba cansada de esperarlo. Después empezaron a salir más trapos sucios, y la noche terminó con un portazo y una frase de Sonia: “eres como mis almorranas, te sufro en silencio y ya estoy cansada; cualquier día no me encuentras aquí”. La llama al movil, pero salta el contestador. Un sudor frío le perlea la frente. Se ha ido, me ha dejado. La angustia lo reconcome y los pensamientos se le amontonan en la cabeza. En ese momento, escucha la puerta que se abre, y entra Sonia, atusándose el pelo. Luis, blanco como la pared, corre hacía ella para recibirla con un beso, mientras ella extrañada comenta: “Cariño, lo siento, tuve que bajar a la farmacia de guardia…”.

Al Fondo

Aligero mis pasos hacia el fondo: a la derecha está la puerta. Con ímpetu intento abrirla, pero no cede: el pestillo esta echado. Un sudor frío recorre todo mi cuerpo, noto como se me eriza el vello y se me pone la carne de gallina: un escalofrío me sube por la nuca. Pienso en relajarme: respiro profundamente varias veces. Miro hacia atrás: tengo la sensación de ser observada. Tengo las mandíbulas apretadas y mi cara refleja: «no puedo más». Aunque nadie me mira, cada segundo que pasa me siento más y más incomoda: siento mil ojos clavarse en mi nuca. Ya debe quedar poco para que se abra la puerta, la espera parece una eternidad: me desespero. Mi respiración se agita y el corazón se me dispara: mi cuerpo se tensa. Intento entretener mi mente: miro la puerta (es de madera oscura, quizás roble... tiene dos grandes cuarterones, uno encima de otro; el picaporte dorado se transforma en mi mirada, diciéndome: «gírame»). Sin darme cuenta, mis pies dan pasitos cortos, casi saltitos: esta espera me desespera. Por fin escucho descorrer el pestillo: unos segundos más y todo acabará. Con las piernas cruzadas y disimulando, estoy debatiéndome en ése instante crítico del que se sale vencedora y airosa o abochornada y avergonzada, triunfal o vencida por la situación: este es uno de esos momentos en la vida en la que una es completamente vulnerable. La puerta se entreabre… y de un empujón aparto a la rubia gorda. Mi meta a sólo unos pocos metros. Cierro tras de mí. Sin tiempo de descolgarme el bolso intento llegar a él y... por fin me siento. Un suspiro de alivio sale de lo más hondo de mi ser: creí que no llegaba.

viernes, 29 de enero de 2010

Texto con color


El despertador sonó como todas las mañanas a las siete y media, pero hoy era domingo. Intenté dar un par de vueltas en la cama para ver si cogía el sueño de nuevo, pero nada. Me levanté,  Me puse una rebeca de lana y me asomé a la ventana. Todo estaba nevado. La ola de frío siberiano que anunciaban, ya estaba aquí.  Encendí todas las estufas de la casa, y aún seguía haciendo frío.
Bajé al sótano, para ver si encontraba algún calefactor olvidado; no recuerdo desde cuando no bajaba. Era un caos, todo lo que no servía iba a parar al sótano. Empecé a quitar trastos  y fue entonces cuando la vi. Estaba detrás de una bicicleta. Una maleta negra, con el asa bastante gastada por el uso. Al momento recordé que era la maleta de mamá. Hacía mucho tiempo que la tenía, desde que ella murió;  en su tiempo fui incapaz de abrirla y desvelar sus secretos y cuando superé su muerte,  cayó en el olvido. Pasó todo tan rápido y  yo era tan pequeña,…
Encontré un calefactor de esos que calientan con aire, y me lo llevé, junto con la maleta a  casa.
Poco a poco la casa empezó a caldearse, al igual que la nieve empezaba a fundirse fuera tras los primeros rayos de sol. Me fui al salón y me senté en la alfombra con ella delante. ¡Venga, ábrela! Ya ha pasado suficiente tiempo.
Mis manos temblorosas empujaron los dos pestillos y la tapa se abrió. La maleta rebosaba de fotos en sepia, sobres llenos de cartas, y pequeños objetos: un cenicero de arcilla que le hice en el colegio por Navidad, un collar de conchas que le regalé para el día de la madre. Una  autentica cueva de Ali Baba. Un olor a pasado, mezclado con canela, salía de ella al remover los objetos. En el interior de la tapa había un sobre grapado con mi nombre. Lo abrí y empecé a leer.
Querida Ana:
El tiempo cura todas las heridas, aunque nos deje algunas cicatrices. En esta maleta encontrarás todos mis recuerdos, los que tengo de ti y los de antes de que nacieras. En ella está todo lo que no pude contarte porque eras muy pequeña. Está mi vida.
He hecho las cosas lo mejor que he podido, cariño, con mis cualidades y mis defectos, pero debes saber que tú has sido toda mi vida, toda mi razón de vivir, lo más hermoso y lo más extraordinario que me ha sucedido. Te quiero.
La sentía tan cerca que el vello del cuerpo se me erizaba. Mientras me secaba las lagrimas en la manga de la rebeca, encontré una  foto en sepia; en ella estábamos las dos cogidas de la mano y mostrábamos la mejor de nuestras sonrisas. La puse en la nevera con un imán para verla todos los días.               

sábado, 12 de diciembre de 2009

Probando, probando...

Esto solo pretende ser una libreta de practicas, para ver si de una vez me dejo de tonterias y me pongo a escribir

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