El
despertador sonó como todas las mañanas a las siete y media, pero hoy era
domingo. Intenté dar un par de vueltas en la cama para ver si cogía el sueño de
nuevo, pero nada. Me levanté, Me puse
una rebeca de lana y me asomé a la ventana. Todo estaba nevado. La ola de frío
siberiano que anunciaban, ya estaba aquí.
Encendí todas las estufas de la casa, y aún seguía haciendo frío.
Bajé al sótano, para ver si encontraba algún calefactor
olvidado; no recuerdo desde cuando no bajaba. Era un caos, todo lo que no servía
iba a parar al sótano. Empecé a quitar trastos y fue entonces cuando la vi. Estaba detrás de
una bicicleta. Una maleta negra, con el asa bastante gastada por el uso. Al momento
recordé que era la maleta de mamá. Hacía mucho tiempo que la tenía, desde que
ella murió; en su tiempo fui incapaz de
abrirla y desvelar sus secretos y cuando superé su muerte, cayó en el olvido. Pasó todo tan rápido
y yo era tan pequeña,…
Encontré un calefactor de esos que calientan con aire, y me
lo llevé, junto con la maleta a casa.
Poco a poco la casa empezó a caldearse, al igual que la nieve
empezaba a fundirse fuera tras los primeros rayos de sol. Me fui al salón y me
senté en la alfombra con ella delante. ¡Venga, ábrela! Ya ha pasado suficiente
tiempo.
Mis manos temblorosas empujaron los dos pestillos y la tapa
se abrió. La maleta rebosaba de fotos en sepia, sobres llenos de cartas, y
pequeños objetos: un cenicero de arcilla que le hice en el colegio por Navidad,
un collar de conchas que le regalé para el día de la madre. Una autentica cueva de Ali Baba. Un olor a pasado,
mezclado con canela, salía de ella al remover los objetos. En el interior de la
tapa había un sobre grapado con mi nombre. Lo abrí y empecé a leer.
Querida Ana:
El tiempo cura todas las heridas, aunque nos deje algunas cicatrices.
En esta maleta encontrarás todos mis recuerdos, los que tengo de ti y los de
antes de que nacieras. En ella está todo lo que no pude contarte porque eras
muy pequeña. Está mi vida.
He hecho las cosas lo mejor que he podido, cariño, con mis
cualidades y mis defectos, pero debes saber que tú has sido toda mi vida, toda
mi razón de vivir, lo más hermoso y lo más extraordinario que me ha sucedido.
Te quiero.
La sentía tan cerca que el vello del cuerpo se me erizaba.
Mientras me secaba las lagrimas en la manga de la rebeca, encontré una foto en sepia; en ella estábamos las dos
cogidas de la mano y mostrábamos la mejor de nuestras sonrisas. La puse en la
nevera con un imán para verla todos los días.